jueves, 21 de abril de 2022

El monstruo del pozo de los placeres profanos

 CRÓNICAS DE TÖMÖRBAATAR-



                             El monstruo del pozo de los placeres profanos



Esta historia, una de muchas, tiene lugar en la lejana Catay. Antes de que los humanos olvidasen la magia y los budas caminaran sobre la tierra, una era de conquistas y guerreros legendarios cuyas epopeyas no serán registradas en escrito alguno y sólo recordarán los dioses y los demonios. Esta historia es una de las últimas de Tömörbaatar, el bárbaro estepario, cuando ya era khan de hombres y había abandonado sus días de loco mercenario sin más estandarte que el oro ¡Pero aún queda mucho que contar de este bravo guerrero!


Los perfumes e inciensos inundaban los pulmones del hombre postrado en los cojines de la sala del harén, una masa de músculos viejos que recordaban la tensión de la batalla, ojos de halcón de las gentes de la estepa y larga melena cana ¿Que hace un viejo lobo entre algodones? Este hombre tan fuera de lugar en un palacio de columnas suntuosas, cúpulas doradas y bailarines exóticos no es otro que Tömörbaatar, kahn del sur de Catay, en una visita a una de sus principales ciudades portuarias. Preocupado por la falta de llegada de alimentos a la capital decidió acudir el mismo en calidad de monarca, para ser recibido por una corte dedicada al placer ¿Que está ocurriendo?


Esperándose el reencuentro con su viejo compañero de desventuras, el sacerdote de las aguas Khün, al cual había nombrado gobernador de esta ciudad por su valor, hallaba en su lugar a un grupo de nobles hermosos, de aquellas carnes blandas abandonadas al lujo en vez de a la lucha y el peligro, hombres a los que él no podía amar en su lecho sin despreciar. Hasta los bailarines, que deberían tener mejor condición física, eran oleosos en sus formas. Lo habían recibido tentándole con placeres, pero sólo la comida era de su interés ¿Acaso no conocían los gustos de su monarca?


-Parece que no le gusta lo que ve- Uno de los cortesanos devolvió, con su ladina y codiciosa voz, al viejo bárbaro a la realidad presente. Tömörbaatar no sabía por qué, pero estos hombres tan palaciegos le parecían todos iguales.


-Estoy acostumbrado a hombres duros. Estos bailarines que me enseñas no sabrían sostener con dignidad una espada. No me durarían ni un asalto.


-Harían cualquier cosa que gustase, majestad. Tienen maestría en el arte del placer.


-Ese es el problema ¿Que diversión hay? Y dos cosas más importantes aún: ¿Dónde está el pescado que debería haber llegado hace dos semanas? ¿Y dónde se ha metido Khun? Lo dejé a él de gobernador, no a tí ¿Eres?


-Zekek, mi señor


El miedo del cortesano se podía cortar con la espada que Tömörbaatar llevaba al costado. Era un noble acostumbrado al lujo, no a la mirada de un bárbaro que había visto demasiado mundo como para contar. Los segundos pasaban y nada salía de los labios de Zekek.


-¿Y bien?- Tömörbaatar se alzó sobre Zekek con furia, ondeando el traje de seda verde que ocultaba un cuerpo salvaje. En tensión parecía una bestia sacada de lo más profundo de la estepa del norte, al fin y al cabo lo era. La música se detuvo en seco ante el gesto del monarca, los rostros del gentío se volvieron en silencio a la escena de acuciante violencia y marcharon despavoridos. Ahora Zekek parecía dispuesto a hablar.


-Los barcos no vuelven, mi señor-


-¿Y Khun?-


-Fue a las profundidades de la capilla de los mares y no volvió, gran Khan- Zekek no parecía estar mintiendo, olía igual que las alimañas cuando se rinden ante un depredador. El instinto le decía que si alguien era culpable, ese hombrecillo que tenía aterrorizado no era más que una distracción. Tenía que indagar más.


-¿Por qué bajó al templo?-


- Hace meses que tormentas devastadoras asolaban la flota y no había casi pesca para satisfacer el diezmo para la capital. Sintió que los dioses debían estar enfadados y quiso encontrar una solución. Hasta ahora habíamos tenido bonanza y placer, pero parece que ha terminado y sólo él conocía la lengua de los dioses, mi lord.-


Tömörbaatar sabía que algo se le escapaba, la naturalidad con la que habían aceptado la desaparición de Khun era altamente preocupante, ya que como sacerdote de las aguas era de los pocos mortales que conocía las artimañas de los moribundos dioses que siguen estirando del mundo en detrimento de los mortales, cascarones divinos que se anclan a su trono sin aceptar que su tiempo ha acabado. Aunque eso sólo lo sabían unos pocos elegidos, que como él, conocían las profecías de los astrónomos de la lejana y etérea Tome Yatan. Tendría que ir él mismo a hablar con los malditos dioses para destapar esa putrefacta intriga palaciega. Maldijo el día en el que se puso la corona.


-Iré mañana al alba al templo, conozco las sacras lenguas y como Khan mi deber es satisfacer a los dioses y ayudar a la población en tiempos de necesidad. Puesto que soy su espada y aquel que indica el camino. Así manda la tradición. -


Su actitud solemne cumplió con lo planeado y poco a poco los cortesanos comenzaron a volver, animados por las palabras de su rey. Nadie sabía que Tömörbaatar era más de escupir a la cara a los dioses que de complacerlos ¡Dioses a él! Cuando sepan lo que es beber leche de burra con vinagre para seguir peleando.


-Iré a mi lecho- Obviamente iba a ir esa misma noche


Cuando las estrellas iniciaron su gobierno sobre el cielo el monarca preparaba su asalto. Abandonando la tierna calidez del lecho de algodón y las sábanas de seda, abrazaba las cinchas de cuero y el peto de bronce que lo habían salvado de cortes y flechas en tantas ocasiones, ahora su verdadera naturaleza salía a la luz. El halcón salió de caza de la verdad esa noche.


Las sospechas de Tömörbaatar llegaban a su pico máximo de comprensión, pues las paredes otrora blancas, se habían convertido en coral rosáceo y negruzco que palpitaba a la luz de la luna, las cúpulas de oro eran ahora conchas de bivalvo con aura siniestra. Pero lo peor era el silencio, pues sólo había vivido uno parecido cuando temió por su vida en aquel naufragio en las costas niponas. Era el silencio de las profundidades ¿Qué dios podía hacer eso?


Continuó caminando por los vivos pasillos del palacio, buscando las escaleras para sumergirse, valga la ironía, en sus profundidades más ignotas. Conforme bajaba el silencio era más acuciante y otros efectos del mar lo afectaban, su blanca melena flotaba como si de un cadáver ahogado se tratase  y su caminar era algo más pesado pero sus gestos más libres. Luego llegó la música, o si podía considerarse así. Un silbido estridente y musical surgía del salón principal, y cuanto más se acercaba una percusión grotesca que imitaba el latir de un corazón golpeaba sus huesos. Tömörbaatar se asomó con el sigilo de los arqueros del oeste al umbral de columnas de la sala del harén mientras una luz rosácea y visceral bañaba el lugar y proyectaba siluetas de su interior, además de la guerrera sombra del Khan.


 El espectáculo era innombrable, una masa de seres humanos degenerados se retorcía en éxtasis en la sala, en una mezcolanza sexual de depravación infinita, hambrienta. En el centro músicos infernales hacían resonar esa melodía profana mientras giraban entre contorsiones alrededor  de los cadáveres despellejados de unos pobres desgraciados que habían sido sacrificados para la orgía, entre ellos el Khan creyó reconocer el cadaver de Zekek. Pobre diablo. Pero lo peor colgaba de las columnas, ya que observando el sangriento espectáculo se encontraban enroscados seres de máxima vileza, caballos de mar del tamaño de lobos provistos de garras y pinzas de cangrejo se retorcían de satisfacción ¡Demonios! Ahora todo tenía sentido. El bárbaro se apresuró a alejarse de esa degenerada escena, pero cuando alcanzó el primer escalón que lo conduciría al templo de las profundidades de palacio un siseo atravesó sus oídos. Esas bestias lo habían visto.


Esos terribles hipocampos nadaban en el aire a una velocidad de vértigo, chasqueando sus pinzas y siseando hambrientos , preparados para devorar el alma del Khan. Pero éste ya había matado demonios antes y no caería sin luchar, sería viejo pero no débil. Las primeras embestidas fueron agotadoras, carne coralina chocando contra metal humano en una danza de supervivencia, las bestias luchaban con una fiereza que jamás había visto ¡Y eso era decir mucho! Y si no fuera por lo que aprendió en las islas de niebla con los Tuatha de Danann ya estaría muerto. No fueron pocas las veces que las pinzas de esos seres rozaron su garganta, tenía que buscar una abertura. Entre sablazo y sablazo se adentraba en el ritmo de las criaturas, y antes de que pudiera reaccionar una de las criaturas, el Khan había cortado su cuellos, tras la primera las demás cayeron pocos instantes después, troceadas en un torbellino de esgrima salvaje. Ahora sangre negra llenaba el pasillo y los cadáveres flotaban en pedazos en el aire ante los ojos del bárbaro, cuya mente intentaba procesar que estaba pasando en ese palacio, pues al estar más cerca de esos seres y al no tener que dedicar sus sentidos al combate no lograba percibir el aura de los demonios, sino la parasítica presencia de un dios moribundo, como aquella vez en Egipto con los cocodrilos ¿Qué estaba pasando? El Khan lo desconocía, pero sabía que le tocaba enfrentarse a un dios cara a cara por primera vez en su vida tras tantos años.


El descenso al abismo apretaba su alma como nunca antes había sentido, se sumergía en las profundidades de un mar espiritual ignoto para cualquier mortal, su instinto lo sabía, estaba llegando a las fauces de la bestia. El templo no era como lo recordaba, al igual que todo lo visto esa noche, pues lo que una vez fue una preciosa obra de la arquitectura de Catay, con sus tejados esmeralda, sus portones de madera milenaria y guardianes de piedra cuya alma no era cuestionada ni por el menos religioso de los habitantes del reino, era ahora una retorcida sombra de lo que fue, columnas de anémonas y tentáculos entrelazados formaban ese falso templo. Pero tocaba entrar.


Guiado por la bioluminiscencia de las bolsas membranosas que sustituían a las antorchas eternas del templo, Tömörbaatar se adentro en sus entrañas con los músculos en tensión, la espada en alto y el rostro contraído en furia esteparia. El altar principal era irreconocible, el bloque de jade había sido sustituido por un pozo de carne palpitante al que fluían pequeños riachuelos de los aceites sagrados del templo, mientras formaban extraños dibujos perfumados en el suelo gracias a pequeños canales, que como venas y arterias cubrían la sala. En las profundidades del pozo retozaban humanos deformes, con partes de pez y demás criaturas marinas, exaltados en la adoración de su dios marino. Estos al verlo comenzaron a escalar entre gritos desgarradores el pozo viviente, haciéndole sangrar en el proceso. Era repugnante. Todo su esfuerzo en subir era pagado con el acero del Khan, que con desprecio cortaba sus cabezas para bienestar del mundo. Contempló con sus ojos rasgados como los aceites rechazaban la sangre negra de esos humanos transformados, con condescendencia, compasión y la decepción de un rey que no ha sabido ver la oscuridad que buscaba devorar a su pueblo.


Poco tiempo pudo demorarse en sus pensamientos pues un estruendo sordo hizo tambalear a Tömörbaatar. Algo gigantesco se acercaba. Y así era pues tardó poco en aparecer un gigantesco cefalópodo de color negro y ojos anaranjados que reflejaban una agonía y un hambre infinitas, la carcasa de un dios que intentaba resistirse a su muerte. El Khan sólo podía hacer lo único que sabía, luchar, pues la vida le venía en ello y por sus antepasados que nunca daría la espalda a un enemigo, por muy dios que fuese.


El dios se abalanzó sobre el bárbaro, con una rapidez impropia de su tamaño azotaba el aire con sus tentáculos para acabar con él. El Khan se defendía con su vieja espada, cortando los verminosos apéndices de su contrincante y asestando tajos letales en su carne, pero todo en vano. Daba igual si usaba la sutileza de los cortes de las hadas del hielo o los tajos desgarradores de los samurais de la tierra del sol, el dios se regeneraba de cada ataque, curando toda herida y brotando de nuevo los tentáculos ¡Así de fuerte era la voluntad de no morir del dios! Pues eso no podía considerarse más que una aberración, no vida.


Tömörbatar estaba desesperado, su rival no podía ser asesinado


-<<Maldito monstruo agonizante ¡Dios de la inmundicia que no sabes morir!>>- En esa desesperación buscaba provocar al dios en su propia lengua para atormentar su psique de alguna manera ¿De verdad estaba cayendo tan bajo?


-<<¿Tömörbaatar?>>


Esa voz la podía reconocer en cualquier lugar del averno 


-<<¡Khun!>>


Guiándose por sus sentidos de bestia buscó la fuente del sonido, y durante una de las embestidas del dios encontró que uno de los múltiples ojos que cubrían al dios era humano, un ojo que había visto brillar de placer con él entre pieles de lobo en campañas de guerra


-<<Escúchame Tömörbaatar, no hay tiempo que perder, debes matarme para acabar con este engendro, clava tu espada en mi ojo ¡Y acaba con esta puta monstruosidad!>>-


No hicieron falta más palabras para hacer actuar al Khan, que usando su astucia planeaba cómo acabar con el dios moribundo. Aprovechando el fragor del combate fue aproximándose a los colosales contenedores de aceite que proporcionaban esos ríos oleosos que fluían al pozo viviente, y una vez lo suficiente cerca alzó su espada con toda la fuerza que su cuerpo le permitía para romper de un tajo la válvula que controlaba el flujo del aceite, causando que un torrente del mismo impactará en la bestia y resbalase al interior del pozo, mientras el dios caía el bárbaro se lanzó sobre él para apuñalar el ojo de su amante y amigo para acabar con ese ser abisal. Mientras clavaba la espada sentía el miedo del dios a desaparecer de la existencia ¡Un mortal mataba a un dios! En sus últimos estertores expulsó del pozo de un golpe al Khan, separándolo de su compañera de batalla para siempre, pues una vez muerto el dios el templo volvía a su estado original, devolviendo el altar de jade al lugar donde estaba el pozo, fusionando su espada con las entrañas de ese templo. 


Mientras recuperaba el aliento Tömörbaatar comprendió todo, Khun se había sacrificado a sí mismo para contener a ese dios maligno que en busca de adoración y sacrificios para permanecer en este mundo aterró estas costas. Al final el poder del sacerdote no pudo con la voracidad del dios y encarnó su avatar, corrompiendo la ciudad desde sus cimientos. Al menos había llegado a tiempo. 


Mientras subía las escaleras para subir al palacio y mandar ajusticiar a los nobles adoradores de ese dios caótico, dedicó su mente en recordar todo lo vivido con Khun. Fue amante, amigo y un bravo guerrero para ser un hombre de fe y letras. Jamás olvidaría su sacrificio y mientras él viviera haría recordar su historia. A él le toca sanar sus heridas, hacer justicia y quizá vivir otras aventuras antes de que la muerte lo reclame. Pero eso es otra historia.


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