jueves, 21 de abril de 2022

Pradera alta

 Pradera alta -



La literatura y la realidad son, en ocasiones, la misma cosa.


Ésta es la historia de una niña que el mundo ha olvidado, la historia del origen de una ciudad, el origen de una idea, de un futuro. El nombre de esta niña acogería el latir de miles de corazones humanos rugiendo al unísono con un destino que cumplir y el sol como bandera. Ésta es la historia de Cartagena.


Acariciaba aquella tarde otoñal, con la ternura de una madre, los cabellos negros de una niña frente al mar, la arena sostenía sus pies y las aguas escuchaban su lamento sin poderla consolar. Esta niña tenía sus ojos verdes rotos por la amargura de la espera. La espera de un hombre que no llega.


Cartagena esperaba como todos los días el retorno de su padre, salió a la mar hace varios días para obtener los frutos que esta ofrece a aquellos que la conocen y las gaviotas no indicaban su retorno. No aguardaba en soledad pues la acompañaba Shira, la perra que había crecido con ella desde siempre. Para ese momento Cartagena tenía doce años. Y como siempre a su pañuelo, un velo de agua de mar.


Las lágrimas cabalgaban por su rostro y con esta sensación emanaba de su mente el recuerdo del mito de Arión, hijo de Poseidón, corcel del viento y los mares; un caballo cuyo cuerpo era de corrientes de agua, sus crines fragmentos de huracán y sus ojos de estrellas, a su paso se abren las aguas y se crean los vientos. las musas cantaban sobre él, sobre sus hazañas y los héroes que lo lograron montar, sobre su gracia y su tempestad, pero esa es otra historia que en otro momento se ha de contar.


Se acercaba ya la puesta de sol cuando un afamado general, proveniente de la tierra donde surgieron los hombres, venidos para luchar contra los hijos de Marte, se acercó a Cartagena. Éste vio su dolor y escuchó su historia y la abrazó; le pidió que volviera a casa pues la marea subiría por la noche y sería peligroso. Se despidió, y con lágrimas en los ojos marchó pensando en la rota mirada de Cartagena.


Pasaron las horas y el mar subió junto a la luna en el firmamento y al momento en el que las negras aguas rozaron sus pies descalzos un relincho rompió el silencio nocturno. Shira estaba al otro lado de la playa ladrando. Ante los ojos de Cartagena apareció un legendario corcel, cuyo cuerpo era de agua y sus crines de viento, el mismo Arión presente y con un gesto de su cabeza la invitó a cabalgar. Cuando aceptó, el agua llegaba a sus muslos.


Olímpica era la velocidad con la que Arión surcaba las olas con su galope, sus cascos de cristal creaba una estela de luz a su paso, rivalizando con la luna, y cuanto más reía Cartagena, más brillaba la estela. Los peces se arremolinaban ante el dios, formando orgánicas figuras ciclópeas en el mar abierto. La llevó a través de las praderas de posidonia, sumergiendo el mundo por unos instantes ¿Sería este el estado natural del mismo? La llevó por los campos de las profundidades, donde misteriosos peces habitan, pesadillas flotantes gobiernan y estas se apartan ante los ojos de estrellas de Arión.


Todos los seres del mar se manifestaban ante Cartagena, en su belleza y su singularidad, los tesoros de civilizaciones que se atrevían a cruzar el Mediterráneo brillaba para su disfrute, el oro de Egipto, el ámbar del norte, la forja griega y la fosilizada madera de los fenicios. Bajo las aguas cantaban las corrientes con voz de sirena y contaban historias de otros mares. 


Las corrientes cálidas transportaban la música de islas donde siempre brilla el sol y los navegantes se hermanan con las estrellas, sobre pueblos que habitan en la espesura y profecías que anuncian el choque de dos mundos. Las frías resonaban con los ecos de batallas en el norte, donde guerreros encarnaban dioses de la tormenta, de la luz y la oscuridad, de lobos y cuervos, de estepa y hielo; cuyas expediciones serían leyenda y su grito de guerra agitarían corazones durante siglos. 


Otras hablaban de una tierra misteriosa, hogar de grandes sabios y de hijos de dragones y héroes, una tierra de espadas y un sol naciente, de dinastías infinitas y castillos de ensueño. Había unas que hablaban una lengua misteriosa de una tierra apartada del mundo, donde la vida ha tomado otros caminos y se mueve entre el sueño y la vigilia. Cuando ascendieron a la superficie, el cielo estrellado y el mar se volvieron uno y el éter danzaba ante la atenta mirada de  Cartagena, el mar era el espejo de un cosmos que abarca la eternidad ¿Qué bellezas aguardarán a la humanidad más allá de las estrellas? Tras contemplar largo rato ese onírico paisaje, Arión le concedió un deseo, cualquier deseo. Cartagena pidió volver con su padre y el legendario corcel cumplió y la llevó a algún lugar cruzando el horizonte.


Cuando Apolo decidió saludar al mundo, el afamado general acudió a la playa y allí se encontró a Shira moviéndose alrededor de un objeto contra el que rompían las olas. Al agacharse lo tomó y acarició el pañuelo de Cartagena. Tras eso y con lágrimas en los ojos, las últimas que derramaría, decidió fundar una ciudad. 



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