miércoles, 18 de enero de 2023

Babesiosis

  -Babesiosis-


Al principio sólo son una mezcolanza, nadando entre saliva alterada, toxinas, restos sin digerir del alimento del artrópodo y otros de su misma clase pero sin su mismo objetivo.

El vaso es atravesado y ellos introducidos de forma accidental a primera vista e intencional en mente racional.


Diamantes infectantes entran al mar de plasma, un flujo constante de nutrientes y células, entre ellas la presa. Es odisea el viaje por estas aguas y no exento de monstruos. Cadenas proteicas de naturaleza destructiva la atraviesan de forma constante, arrasando en el camino, pues cuando una llega se adhiere a otra, y a esta otra para transformar la estructura de las que están por venir, hambrientas de un proceso de muerte. Varias son destruidas por este fenómeno, dejando sus restos intraplasmáticos naufragando inservibles para ser después ser eliminados. Oportunidades que jamás serán.


Colosos celulares se unen al festín inicial al encontrarse con los extranjeros. En ese reino de constante flujo e intercambio no hay lugar para forasteros y lo demuestran con un peculiar abrazo digestivo, extensión de su ser y función, su muestra de afecto inconsciente al medio en el que viven. Lo engullido desaparece sin dejar rastro, como si nunca hubiera existido, salvo por el trofeo de caza que exhiben orgullosos sobre su superficie, señalando así a los de su misma condición  el objetivo a eliminar. El cazador se convierte en presa de la inmensidad del medio invadido. La cacería prosigue con la muerte de miles, una vorágine de hambre siendo saciada con violencia y una vez en el hartazgo llaman con mensajes químicos a otros que aún no han probado bocado, apareciendo en las paredes del mar desde ángulos y espacios imposibles. Son los máximos depredadores. Aunque rinden cuenta a otros a los que entregan el trofeo cual jauría obediente, estos sólo toman y marchan, su acción es lenta pero llegará con las próximas mareas de plasma.


Entre la devastación un grupo selecto llega a su objetivo, células cóncavas , aisladas lagunas coloidales que pueden ser habitadas, agua de hierro de la que alimentarse para prosperar. Su cobertura lipídica se extiende majestuosamente ante ellas, aislando el virgen interior del salvaje entorno que la rodea. Una puerta de mil cerrojos y mil códigos indescifrables, simetrías proteicas que se proyectan como columnas imposibles y cambiantes sobre los lípidos, algunas flotando encima de ellos con mantenimiento de fuerzas electroquímicas mientras otras se clavan en el cuerpo celular. Hay conductos demasiados pequeños para su entrada triunfal, compuertas matemáticas que dejan escapar elementos químicos de uso común para su funcionamiento, no pueden pasar. Las intrusas tienen sus medios y engaños. Ganzúas químicas que actúan de embajadores enmascarados, tricksters a contrato que abren la puerta a la invasión.


Lo primero que se ven son cadenas, proteínas enlazadas que mueven como director de orquesta la membrana y lo que flota en ella, brazos autómatas filamentosos de órbita organizada y de patrón secuencial en apariencia errático. Pero lo interesante está en el centro, que alberga una maraña proteica que capta salvajemente hierro para atrapar y lanzar oxígeno a discreción mediante reacciones químicas complejas. El parásito lo necesita para alimentar a su bacteria endosimbionte con capacidad reductora. Oxígeno es energía en este mundo, combustible de maquinaria arcaica y sofisticada. Tiene que actuar antes de ser detectado pues los mecanismos están en marcha.


La intrusa procede a cambiar su morfología y a cambiar sus códigos, los cerrojos se ocultan y se convierte en el perfecto caballo de Troya. La célula no puede detectar nada mediante sus sensores químicos, deteniendo la respuesta de autodestrucción. Todo empieza ahora. La totalidad genética comienza a activarse para llevar a cabo una replicación, las proteínas se generan para dar lugar a estos cambios, se generan copias de estructuras internas para el reparto equitativo. Brazos proteicos análogos a los de la célula invadida hacen bailar las hebras de código biológico a su son en un proceso tan antiguo como la propia vida, separando las copias correspondientes a cada uno, misma información para mismos procesos, espejo perfecto uno de otro. Serán individuos idénticos con autonomía versátil. Primero uno y después otro en exponencial llegada. Queda poco espacio, pero la multiplicación debe seguir. La decisión es definitiva.


El complejo apical de la célula parasitaria apunta a la membrana de la hospedadora. Es una lanza que busca abrirse paso y son legión. La célula cede a la presión sometida y su estructura cae, liberando a la intrusa y su propio contenido. Material ferroso que irá degradándose poco a poco cambiando su estructura química mediante procesos enzimáticos. Las réplicas son libres y en la lejanía de la incansable corriente se aprecian más células siendo destruidas. Supernovas de biológica catástrofe.  Las invasiones se suceden de forma imparable, llenando el mar de plasma de cadáveres celulares en proceso de ser fagocitados. Pero el gran flujo clama venganza y el momento de las misteriosas células antes mencionadas ha llegado. Acompañadas de la tormenta.


Cadenas simétricas de pequeñas proteínas, más bien eslabones, se abalanzan sobre el torrente como un enjambre iracundo, violento. Su aguijón es certero, clavándose con precisión en los ángulos más débiles despedazando receptores y anclando otros para facilitar el trabajo a los grandes colosos devoradores. Es una masacre de acción especializada ante la que no se puede escapar, un huracán defensivo que arrasa con todo. Pero tiene consecuencias, y tanto que las tiene, pues debe ser superior a las fuerzas del invasor y el exceso causa choque dañinos con elementos naturales del torrente y estructuras conectadas a ellos. Daños colaterales de la guerra, sintomatología no deseada.


Es una masacre mayor a la primera, pero hay esperanza para el invasor pues escondidos del bombardeo constante hay cúmulos de la especie esperando a ser liberados y continuar el proceso. Eso y la segunda fase, el cambio definitivo. La estructura cambia, diferenciada a pares de polos opuestos necesitados el uno del otro para generar adaptaciones al peligro externo y aportar mejoras internas. Pero en el torrente de plasma no se puede dar el intercambio. Necesitan otro medio más eficiente pero primero hay que sobrevivir.


Los individuos gaméticos viajan en silencio por el plasma, ocultos de las miradas indiscretas. Una situación de bosque oscuro, quien de señales de existencia puede ser eliminado, el plasma está lleno de depredadores y lo saben. Lo saben bien. 


La espera es larga y la mayoría desaparecen, pero la esperanza llega cuando el vaso vuelve a ser cortado y fotones se infiltran por un instante en el plasma. Fuerzas externas están actuando y es esa la oportunidad ansiada. Una potencia de succión arremete contra el torrente, absorbiendo los componentes del mismo, incluidos los gametos. Es un proceso de alimentación de un artrópodo. El nuevo objetivo. Las fases iniciales morirán, los transformados prosperarán.


El nuevo ecosistema es distinto, pues no es ya una corriente pulsátil sino un bosque de células ciliadas de gran tamaño. Un terreno fértil en el que proliferar y realizar el intercambio de material genético. Los gametos se localizan con lenguaje químico cifrado único entre ellos para establecer su unión. Cuando esta se realiza el genoma se mezcla al azar dividido en varios fragmentos, dando individuos únicos entre sí. La nueva generación que continuará el ciclo, adaptada, perfilada, optimizada. Las células que hospedan a los nuevos organismos comienzan a destruirse por el daño recibido. Son libres.


Nadan por vía contraria a la que entraron hasta una posible salida, el orificio de alimentación. Y aguardan. Ahora es una fuerza expulsiva la que genera el movimiento. Y el ciclo comienza de nuevo. Así será siempre.


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