miércoles, 18 de enero de 2023

Ojos azul de prusia

 Ojos azul de Prusia



Mis párpados tenían dificultad para abrirse y cerrarse, llevaba cerca de cinco horas sentado frente a la pantalla y hacía dos que la media noche había pasado. El ruido al vomitar de los juerguistas que salían de la discoteca al girar la esquina de mi calle taladraba mis oídos. Y yo sin el artículo terminado. Llevaba meses trabajando con mi equipo en control de enfermedades transmitidas por vectores, teníamos casos de algunas que eran impensables en el país, pero aquí estaban, zumbando en nuestras consciencias como hacen sus portadores en los oídos al caer el sol. 


Dirigí una mirada a mi altar en honor a Buda y  Shiva para relajarme, quería terminar lo antes posible y los ojos de las estatuas me calmaban de alguna manera que no sabía explicar. Hombre de ciencia y religioso, increíble combinación. Ya había consumido las dosis de teína aceptables por la medicina y mi cuerpo, me disponía a apagar todo cuando de repente sentí frío. Frío en verano. Impulsado por un miedo desconocido corría cerrar la venta, tras hacerlo pude observar como el agua se condensaba en el cristal, mientras el vaho salía de mi boca a cada espiración. El vapor de agua se movía por la fría superficie de la ventana, queriendo formar con extraña inteligencia un patrón desconocido, el cual, sin saber bien por qué borré de inmediato. En mi estupor me quedé paralizado frente al reflejo que me devolvía la mirada en la oscuridad ¿Por qué lo había borrado? ¿Qué acababa de pasar? Con el corazón en la garganta me dije a mí mismo que todo era producto de algún tipo de fenómeno atmosférico repentino, pese a que las gotas condensadas en el cristal se reían de mí. Decidí echarme a la cama,  el cansancio debía ser la causa de todo. Todos mis autoengaños se desmoronaron cuando lo sentí, alguien me estaba mirando.


Asustado me giré, y la ví. Una figura femenina bailaba en la oscuridad por el tejado del edificio de enfrente. Se contoneaba de forma siniestra y seductora, sabía que su baile era para mí. Más bien para algo dormido dentro de mí. Estuve varios minutos contemplando la función, sumido en una terrorífica hipnosis. Quería irme pero mi cuerpo no me lo permitía, sólo podía sentir mis pulsaciones martillando en mis sienes, el dolor y el miedo me habían convertido en su definición. Una vez terminó alzó lo que se correspondía con la cabeza y me miró, unos ojos azules antinaturales brillaban en la oscuridad haciendo temblar cada hebra de mi ser. Me sonrió, sentía que lo hacía, las tinieblas mismas lo hacían. En ese momento me dejó moverme. Salí corriendo como una exhalación hasta mi habitación, cerré con pestillo y me dejé caer al suelo con la espalda apoyada en la puerta ¿Qué acababa de ver? Presa de un pánico impropio de mí, intenté racionalizar todo lo que había visto mientras miraba al techo con miedo a dormir. Esa sombra debía ser un producto de mi imaginación, la mente juega malas pasadas, los ojos azules debían ser por los brillos del ordenador. Lo advertían los oculistas, todo el tema de las pantallas ¿Verdad? Soltaba risotadas de nerviosismo al pensar en esa mirada en la oscuridad, inquisitiva, anhelante. Pero ese color era antinatural. Nada de esto era normal pero el color de esos ojos era lo peor, era químico, artificial, como esas tinciones histológicas que tienen mis compañeros de anatomía patológica en el despacho ¿Cómo se llamaba ese color? Dije su nombre con una ligera arcada sin saber por qué: azul de prusia. Estaba cansado, muy cansado y tenía miedo a dormir. Es para estas cosas para las que te preparan las maratones de películas de terror de la adolescencia. Tenía razón al tener miedo.


En sueños recorrí las calles de un Estambul de inicios de siglo veinte maleta en mano y a ritmo de carrera. Huíamos de algo, y digo huíamos porque iba acompañado. Dos hombres de pelo corto rubio y ropa de campo me seguían el ritmo con pinta de estar a punto de sacar los pulmones por la boca. Teníamos que alcanzar un tren en marcha costase lo que nos costase ¿Que nos estaba persiguiendo? ¿Por qué mis compañeros estaban aterrados y yo no? Como si de una película de Indiana Jones se tratase nos lanzamos hacia el vagón enganchándonos a una barandilla, colgamos por encima de las vías varios segundos hasta que logramos subir. Sentíamos que habíamos escapado por poco de algo terrible, fui el único en mirar atrás. Desde la lejanía podía ver como una joven de cabellera roja y de ojos azules me sostenía la mirada, aparecía y desaparecía de forma sobrenatural para igualar constantemente mi posición, me gustaba desafiarla, reía como un desquiciado, mis compañeros me miraban con terror reverencial mientras murmuraban cosas que para mí tenían y a la vez no significado: Nunca debimos abrir ese túmulo, un nombre inteligible ¡Es usted un monstruo¡ ¿Cómo había podido seguirnos desde Çatalhöyük? ¿Que le habría sucedido a? Nombre inteligible. Los miraba con desprecio, me parecían cobardes y ellos lo sabían. Me temían, incluso más que a ese ser. Volvía a mirar por la ventana para encontrarme dos reflejos, primero el mío y detrás el de un hombre de rasgos caucásicos que me contemplaba con malicia y curiosidad. Se acercó a mi oído y me susurró con calma gélida ¿Quién eres? ¿De cuando eres? 


Desperté entre sudores fríos, con la respiración agitada y la mano derecha temblorosa. Las preguntas que me había hecho aquel hombre resonaban de forma incontrolable en mi cabeza. Me decía a mí mismo que todo era un delirio fruto del cansancio y el estrés. Tenía que ser eso, si no lo era me tenía que plantear mi cordura. La vida normal se me hacía difícil, mis movimientos eran poco coordinados y vigilaba cada posible sombra que aparecía por mi visión periférica. Mis compañeros me decían que parecía que había visto un fantasma, uno de ellos tenía ojos azules y era imposible para mí mirarle a la cara. Estaba pálido y temblorosos, torpe en mis maneras y labores. No tardaron mucho en instarme a que fuera a descansar con cara de grave preocupación. 


Estar en casa tampoco era mucho mejor, podía no ser de noche pero la sensación era la misma, sabía que me estaba mirando, siempre a mi espalda, acechando. No me atrevía a girarme. Para intentar distraerme me entregué a la lectura y la oración, necesitaba que algo se apiadase de mí. Miraba desconsolado a Shiva en busca de protección ¿Era esto alguna clase de castigo? Investigué a su vez la localización que logré entender en esa maldita pesadilla. Resultaba ser una excavación arqueológica de la que se extraían restos de la civilización hitita ¿Era mi homónimo onírico alguna clase de arqueólogo o antropólogo de algún tipo? ¿Habían despertado por casualidad algún tipo de maldición parecida a la tumba de Tutankamon? De ser así ¿Por qué me afectaba a mí? En una explosión de rabia tiré las cosas que estaban encima de la mesa al suelo. En ese momento escuche su risa, sus risas, una que venía de mi espalda y otra de mi interior. Comencé a llorar desconsolado. 


Por la noche miré al exterior, contemplando la danzarina figura y sus ojos azul de prusia. Estaba desesperado, no quería volver a dormir pero sabía que era la única forma de obtener respuesta. De algún modo lo sabía.


En el sueño me recibió el frío de la montaña y la cúspide del mundo. El hombre que encarnaba en sueños se encontraba en postura de meditación, acompañado de varios monjes. Podía escuchar parte de sus pensamientos, sabía que los estudiaba, a ellos y a su fe, mayormente su origen. El origen de Buda, la cúspide de la creación. También se hacía preguntas respecto a mí, me sentía más allá del espacio y del tiempo, por eso los monjes estaban con él. El observador era también objeto de estudio. Contemplaba el mundo a lo lejos, por el clima nevado, las gentes y la altura supuse que debían estar en el Himalaya.


-Tienes razón.- El hombre habló en voz alta sembrando expresiones de pavor en los monjes y en mí mismo. Me leía, me sentía, tenía que tener cuidado. Este era un fallo de su parte pero parecía contento con el resultado. Tras eso siguió meditando. 


Al volver a abrir los ojos vió a los monjes de rodillas, con los ojos en blanco, orando y detrás de ella estaba eso ¡Lo había seguido hasta allí! Pude ver como se lanzaba ladera abajo mientras esa figura femenina lo observaba con desprecio. Él reía por dentro, sabía lo que iba a hacer, quería no mirar, pero sabía que era imposible. No era mi decisión. Abajo lo esperaba un detonador que no tardó en usar. La montaña se vino abajo y con ella llegó una avalancha que fue tragándose a los monjes y a esa extraña figura. Una suerte otorgada por el diablo seguía a aquel hombre pues salió ileso, sentía la maldad de su corazón y como me miraba orgulloso. Era un monstruo.


Tras eso fui transportado a una hondonada en el norte de Japón, donde la nieve caía mientras antorchas iluminaban nuestros rostros. Me rodeaban oficiales del ejército japonés y varios científicos, subíamos por unas escalinatas de piedra a un templo únicamente alumbrado por la luz de la luna, era tan fuerte que parecía devorarlo con su fulgor. Los hombres de ciencia hablaban sobre el origen de mitos antiguos y de la conexión que tenían con los del pueblo de mi anfitrión, y datos que demostraban diversas migraciones, intercambios culturales y paradigmas de la antropología, la arqueología y el propio origen de los humanos. Una vez llegamos a la puerta de la edificación religiosa pudimos leer una inscripción en kanji que rezaba: La tumba de Izanagi. Después nos recibió la oscuridad.


Una estepa se abría ahora ante mis ojos mientras seguíamos una senda por esa inmensidad, acompañado ahora por humildes gentes de las américas, de las que el siniestro hombre que me mostraba estas visiones aprendía y absorbía conocimiento. Esperaban todos algo, una llegada de un fenómeno astrológico. 


-Esperan ver el hielo primordial.- Lo había vuelto a hacer, leía mis pensamientos como si fueran propios, parecía que camináramos juntos. -Hacía tiempo que no sentía tu presencia, la intenté llamar mediante la ayahuasca pero no surtía efecto ¿Cómo funciona esto?- Sólo pude sentir el terror más puro.


En lo que se me hicieron horas de caminata pude contemplar como el cielo cambiaba de color a tonalidades imposibles mientras el sol se oscondía de lo que iba a acontecer. Fragmentos de luz astral recorrían en torrentes la bóveda celeste mientras una luz como ninguna otra terminaba por ejecutar al moribundo sol. Los indígenas se arrodillaron en reverencia mientras aquel hombre miraba al cosmos casi como un igual.


-Polaris, al fin muestras tu grandeza.-


En un abrir y cerrar de ojos el brillo de las estrellas fue sustituido por la suciedad de una ciudad en guerra. Las bombas orquestaban sus pasos y los disparos ensordecían todo. Llegó a un callejón saltando por encima de una muralla de cuerpos sin vida, soldados y civiles. Era una ratonera, no había salida, y se escuchaba el lento chapoteo de alguien acercándose. Allí estaba de nuevo esa mujer, con su cabellera roja, sus ojos antinaturales y sus ropas venidas de otro tiempo ¿Por qué no lograba ver su cara? Creo que esta vez era la primera vez que aquel hombre tenía miedo. Desquiciado, y al borde de la locura, sacó del bolsillo de su abrigo una pistola con la que disparó a esa mujer, logrando que las balas únicamente pasasen a través de ella. 


-Nos vemos pronto.- Sin duda apuntó el cañón del arma contra sus sienes y disparó. 


Sabía que me estaba hablando a mí, pero me aterraba esa posibilidad. Era alguien inocente ¿Por qué me sucedía esto a mí? Mi cabeza comenzó a enlazar las piezas que permitían descubrir la identidad de aquel hombre. Sentí repugnancia, no podía estar relacionado de ninguna manera con esa gente, no era posible, no podía serlo. Si era verdad ¿Que destino aciago le esperaba? Además había dicho que nos veríamos pronto. Me temía lo peor.


Pasé el día hecho un ovillo en medio del salón, observando como las sombras se extendían burlonas hacia mí y esa mujer me miraba desde el fondo del pasillo. Sentía que me llegaba la hora. Una vez el sol se puso comencé a escuchar pasos acercándose a mí, mientras un líquido miasmático brotaba de ninguna parte, inundando la habitación, yo sólo lloraba sin lágrimas esperando al menos una muerte digna. Escuchaba el repugnante chapoteo de muchos pasos que caminaban hacia mí. Miré desesperado a mi altar para contemplar atónito y horrorizado como las estatuas de aquellos seres sagrados a los que rendía devoción, tapaban sus ojos con fuerza, para no ver lo que iba a ocurrir allí.  La mujer se paró delante, obligándome a sostenerle la mirada, tenía ganas de vomitar al contemplar ese color. Penetraba en mi mente, extrayendo todo de mí. A mi espalda se situó otra mujer, vestida en túnica con una lacia melena negra hasta el suelo y una máscara de porcelana funeraria. Podía sentir su odio. A mi diestra apareció un cristo ahorcado en cuyos hombros había un cuervo blanco deforme y otro negro de ojos humanos, que me miraban vacíos mientras graznaban cánticos guturales con una garganta que no podía ser de este mundo. Finalmente a mi derecha, en dirección al pasillo se abrió un gélido túnel de estrellas que conectaba con lo infinito, lo que podía ser y que sería destruido, o eso me decía el vacío al oído. Ahora entendía todo, estaba en un juicio. 


Lo que debía ser la oscuridad de la ciudad a través de mis ventanas se convirtió en un espejo de aquello que hay más allá del tiempo y lo imaginado, las risas de los acusadores hacían temblar el suelo, suelo que dejé de notar al momento en el que la gravedad decidió abandonar mi cuerpo para ponerme mirando hacia arriba y así contemplar como una especie de lanza ceremonial colgaba de la nada para apuntar a mi cuello. Por la periferia de mi vista la mujer de cabellera roja comenzó a sostener una balanza en cuyos platos aparecieron una pluma y un corazón ensangrentado y aspecto formolado. La deformación de cristo comenzó a cantar salmos de forma enajenada, llevando mi mente a un limbo de pánico primitivo. El pecho me comenzó a arder con un dolor inaguantable, mientras un sol negro emanaba de mí y tomaba forma, ahora aquel hombre me miraba en carne y hueso, un nombre que ya no quiero recordar asomó de mis labios, condenándolo. En vano intentó patalear y retorcerse mientras era atraído a la lanza y su carne y hueso se clavaban en ella. Lo ensartó en vertical, astillando primero todo conocimiento que pudiese albergar para después recorrer todo su cuerpo. Pude ver horrorizado como el corazón en la balanza, que había sido deformada por el peso del órgano, reventaba por la presión de la lanza en el cuerpo. Una vez lo había partido por la mitad el cuerpo desapareció. Caí al suelo con un golpe sordo, cortando mi respiración. Guiado por un instinto de supervivencia animal me arrastré por el suelo para sólo encontrar los pies  de la mujer de mis pesadillas. Estos giraron y marcharon, llevándose el pantanal de miasma consigo. El juicio había terminado.


Mientras escribo estas notas en un cuaderno para que no desaparezcan, intento vivir una vida austera y amable. Entrego mi corazón a cualquier acto de bondad que pueda encontrarme. Sé que fui recipiente de algo, de algo maligno y como tal fui manchado. Por la misericordia de algo que no debe nombrarse fui perdonado, pero soy vigilado, sé que lo soy. Vigilado por esos ojos azul de Prusia.


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